Mi sueño

Introducción a mi recital en Conques en agosto del 2010 a la ocasión del festival anual de música “La Lumière du Roman”.


Hoy os voy a hablar en varias lenguas e –inevitablemente–  sobre las lenguas. Os hablaré con las palabras de las diferentes culturas que forman parte de mí y espero que, a través de las palabras y la música, pueda llegar a tocar en cada uno de vosotros aquello que hace que todos nosotros nos parezcamos: los sentimientos humanos.

Los animales, los árboles, las flores y las piedras parecen reposar en sí mismos, no necesitan preguntarse lo que son, por qué son, ni por qué están aquí. En cambio, los seres humanos estamos condenados a traducir nuestra experiencia y nuestros pensamientos en palabras. Estamos hechos de palabras. Dependiendo de cómo las utilicemos, podemos crearnos amigos y enemigos, hacer la guerra o la paz. Lo maravilloso es que si empleamos un lenguaje del amor, de la comprensión y de la misericordia podemos construir una comunidad humana.

Durante los últimos cinco años, Mark, Salvador y yo hemos interpretado las Polyfonías en ocho países europeos distintos y creo que nos hemos hecho comprender en todas partes. Sin embargo, estoy convencido de que de entre todos estos lugares, Conques es donde vamos a encontrar mayor resonancia y armonía con nuestro entorno, porque los caminos de peregrinación han sido siempre un desafío para las fronteras nacionales y lingüísticas. No me refiero, evidentemente, a las Cruzadas, que son todo lo contrario, como bien sé por vivir en España, donde, en nombre de dogmas religiosos, los reyes católicos expulsaron hace más de quinientos años a judíos y musulmanes. Cuando hablo de peregrinación hablo de la búsqueda individual que lleva a las personas a cruzar las fronteras para unirse con los demás y encontrarse consigo mismos.

Estamos, de nuevo, en una Europa de grandes movimientos de pueblos y de mezcla de nacionalidades, como también de mezclas de idiomas. En la Edad Media, el latín fue la lengua internacional en Europa, la lengua hablada por la gente culta de todos los países, y la lengua exclusiva de la iglesia cristiana. La gente común, analfabetos en su gran mayoría, hablaba diferentes lenguas vernáculas -hoy día peyorativamente y de forma genérica denominadas patois-. Estas lenguas no tenían fronteras tan claras como las naciones, y los juglares y trovadores medievales crearon así su propia lengua poética al combinar palabras de las distintas culturas y los países que atravesaban en sus viajes.

Cada cultura produce palabras que reflejan su realidad. En la gran mayoría de casos, estas palabras tienen equivalentes en otros idiomas, pero la traducción de una palabra de un idioma a otro corre el riesgo de traducir únicamente el sentido de la palabra, mientras que la experiencia culturalmente relevante – la autóctona- que crea la palabra, sobre todo oralmente, se acaba perdiendo. La palabra “huître”, por ejemplo, se traduce al alemán por “Auster”, pero esa palabra no produce, ciertamente, la misma emoción en un bávaro que la palabra “huître” en un bretón. Para éstos el sonido de la palabra traduce de inmediato el sabor y la textura. Se trata de una experiencia sensual. Para producir la misma nostalgia del país en un alemán (los alemanes tienen para este sentimiento la maravillosa palabra “Heimatsweh”, mientras que los franceses tenemos que contentarnos con la expresión más pobre “mal du pays”[1]) habría que recurrir a una palabra como Wurst – salchicha. Y “sne” para un noruego del Cabo Norte es otra cosa que la “nieve” para un andaluz.

La cultura francesa ha creado la maravillosa palabra rayonnement –la transmisión de energía, el carisma espiritual. El rayonnement de Sainte Foy de Conques en Europa y más allá no ha cesado desde la Edad Media, y somos muchas las personas que hemos venido a establecernos aquí, en Conques, gracias a ese rayonnement. Un relámpago (resplandor) en forma de sueño o una coincidencia milagrosa nos puso en camino hacia Conques. “Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo el filósofo español José Ortega y Gasset. Sainte Foy y su pueblo han sido circunstancias inevitables en mi vida.

Cuando tenía diecisiete años y estudiaba en un internado en Dinamarca, soñaba con una iglesia en llamas al otro lado de las montañas del sur, y en el sueño era mi deber cruzar las montañas y extinguir el fuego. Este sueño me volvió a visitar varias veces durante los siguientes meses con muy pocas variaciones. En ocasiones, hacía buen tiempo y el viaje resultaba fácil, en otras ocasiones había tempestades de nieve y me encontraba a punto de morir por el camino. Aunque el tema del sueño no variaba: había una iglesia que se estaba quemando al otro lado de las montañas y yo tenía que ir a extinguir el fuego.

Un día, diez años más tarde, durante mis prácticas como periodista en un periódico en Copenhague, me encontré en cama aquejado de una fuerte gripe. Me divertía leyendo los anuncios de “bienes inmuebles” en el International Herald Tribune, ya que yo era un pobre estudiante sin un céntimo, y la descripción de las mansiones en venta en lugares lejanos y exóticos me hacía soñar y olvidar mi prosaica vida en Dinamarca. De pronto, leí el nombre de Conques. Una casa medieval equipada y con un gran jardín se vendía en una villa histórica en Francia.           

Normalmente, un anuncio tan pequeño no habría atraído mi atención, pero yo había viajado mucho por Francia con mis padres y me sentí molesto y frustrado por el hecho de que pudiera existir un pueblo histórico que yo no conociera. En el anuncio había un número de teléfono – Conques 27, creo recordar – . Una señora me respondió que la casa era de su hijo y me dio su número de teléfono en París.  Antes de colgar le pedí que me hiciera una descripción de Conques y del paisaje alrededor de la aldea. Como no tenía intención de comprar, no estaba tan interesado en la casa.

En una librería francesa de Copenhague, encontré un libro con una fotografía en tríptico de Conques y me sobrevino un déjà vu. Reconocía el pueblo, y, sin embargo, estaba seguro de que nunca pasé por esta región de Francia. La única manera de saberlo era ir hasta allí. De hecho, tuve que ir. Tomé el teléfono y llamé a un amigo para proponerle ir conmigo a ver la casa en Conques.

¿Dónde está Conques?, me preguntó., m’a-t-il demandé.

 – A dos mil kilómetros. En el sur-oeste de Francia.

¿Y qué vas a hacer? ¿Comprar una casa?

– Sí, seguro. ¡Con mis finanzas! No, sólo debo ir.

¿Y cuándo partimos?

– En dos horas. ¿De acuerdo?

Viajamos toda la noche y llegamos a París el día siguiente por la tarde. El propietario, un hombre joven, muy elegante, nos recibió.

– Ya que habéis venido conduciendo desde Copenhague, no me cabe la menor duda de que vais a continuar hasta Conques. No hace falta, pues, que os dé una descripción de la casa. El pueblo de Conques es muy empinado y la mayoría de las calles son más bien escaleras. Lo mejor será que preguntéis por el señor Bousquet. Todo el mundo le conoce. Él tiene la llave de la casa y os llevará a visitarla.

Era domingo por la mañana cuando vimos aparecer la iglesia de Sainte Foy a final de la carretera que sube a Conques. Volví a sentir el déjà vu que ya había experimentado viendo la fotografía de Conques en la librería francesa de Copenhague.

– Voy a aparcar el coche aquí, le digo a mi amigo. Vamos directamente a la casa. No puedo esperar para verla.

Pero primero hay que ir a buscar el señor Bousquet – ¿no? De lo contrario ¿cómo vamos a encontrar la casa?

– Yo sé dónde está la casa. Ya iremos a buscar al señor Bousquet después. Antes quiero verla desde el exterior.

Subimos aquellas “calles en escalera” y, de pronto, nos encontramos frente a una gran casa. Sobre la puerta había un amarillento papel que anunciaba: “Se vende”. Mi amigo me miró incrédulo.

– Sé que me tomarás por un chiflado, le dije, pero conozco la casa. Puedo describirte cada piso.Y le di una descripción del interior de la casa, de arriba a abajo. Luego nos fuimos en busca del señor Bousquet. Cuando nos llevó a visitar la casa, nos quedamos atónitos al ver que mi descripción era exacta.

Pasamos la noche en la casa. Era como si estuviera durmiendo en el hogar de mi infancia. El sueño volvió a mí en el curso de la noche, exactamente como lo había soñado diez años antes.

De vuelta a Dinamarca, sabía que tenía que vivir en esta casa. Incluso sin contar con los medios, comencé las negociaciones de compra, con la esperanza de que sucediese algo que me permitiera realizar mi sueño.

Tres años más tarde, como si Sainte Foy me sonriera, ocurrió en mi vida un pequeño milagro que me brindó la oportunidad de hacer un pago inicial.

[1] N.T: en castellano tampoco existe palabra para este sentimiento y tomamos prestada la “morriña” gallega.

Traducción del francés por Héctor Martínez Sanz.

https://soundcloud.com/peter-wessel-1/conques-la-qu-te

La polyfonía «Conques – la quête» de DELTA, mi nueva colección de poesía plurisensorial por cuatro voces. Con ilustraciones de la artista española Dinah Salama y los poemas interpretados por «Polyfonías Poetry Project». Ediciones de la Torre, Madrid, mayo 2014.

ISBN 9788479606817

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