El juglar de Lavapiés

Polyfonías Poetry Project at the Poesiefestival Berlin 2009 (Photo ©Gezett.de)Era jueves, tarde o noche, o bien se hizo la noche desde la tarde, en una nueva librería “Enclavada” en el “Enclave” de Lavapiés, calle del oficio de relatar[1], mientras dos hombres y un clarinete me hablaban en dos, tres, cuatro idiomas distintos. ¿Distintos? ¿No era el mismo? Hace tiempo que se intentó sugerir aquel surrealista esperanto a toda la comunidad humana, un solo idioma de todos los habidos y por haber, sin éxito. Nunca supe si se trataba de retomar la construcción de Babel y contradecir a los dioses que dividieron nuestras lenguas terrenales desde sus cielos. Ahora bien, siempre pensé que era mejor así, cada uno con su lengua. ¿Por qué? Sencillo, aunque suene extraño: un mismo idioma para todos nos haría indiferentes los unos a los otros, y lenguas distintas nos causan la sana curiosidad por los demás, ya sea saber si hablan de nosotros, ya sea por saber qué dicen o escriben. Cuántas veces no habré pasado por alto un artículo o libro escrito en mi lengua, o lo habré rechazado con una (h)ojeada, y, sin embargo, cuántas veces me habré interesado en textos similares en otra lengua, desconocida o aprendida a medias. Baste la demostración poco matemática, pero cierta, de que diferentes idiomas nos obligan a interesarnos por lo ajeno. El clarinete suena y una voz recita, dos, tres, cuatro idiomas, ¿distintos? –decía líneas atrás-. No son distintos, son uno y el mismo: el de la poesía, o mejor dicho, el del poeta que habla y siempre hablará en su idioma, el propio labrado con años y más años de hablarlo.
El clarinete se llama Salvador, y la voz se llama Peter –Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, dijo alguien una vez-. Encontrarme juntas ambas palabras, Salvador y Pedro –nombres propios que vienen de palabras-, es un hecho magnífico, inusual –sólo una vez antes los vi unidos en un extenso libro-, pero no religioso. Del mismo modo, descubrir a Salvador y a Peter hablando diferentes lenguas y que todos los presentes les entiendan en las propias y las extrañas, no ocurre todos los días. Acaso únicamente el quincuagésimo contando desde la Pascua -long long time ago. Glosolalia, poliglotismo, heteroglotismo… POLYFONIA. Ese jueves del que hablo, entendí un milagro que siempre me habían relatado a fuerza de un santo espíritu y que a mí me resultaba posible entre los hombres sin recurrir a la santidad. Ese jueves, mes de febrero, escuché mi primera POLYFONIA.

Yo estaba sentado, atrás del todo, enterrado entre el público. Casi no veía a los protagonistas, pero a un recital no se acude a mirar, sino a escuchar.

Dentro de mí

Viven cuatro personas, each

With their own voice,

Su propia lengua,

Sa propre langue.

Hver med sit eget srpog
Og sin egen stemme.

He leído que una POLYFONIA no puede ser traducida –en realidad como toda poesía-. Yo diría más: no puede leerse, hay que oírla de labios de un polyfómano[2], es decir, de la voz que siendo una, son cuatro -¿existirá la tetranidad?-, porque es él, al caso Peter, quien sabe el acento justo a cada palabra en cada idioma. Not only se trata de poner one word in differents languages, como acabo de hacer, sino de ser capaz de escribir un poema con cada lengua en cada verso, como si el anterior o el siguiente estuvieran escritos en el mismo idioma. Algunas veces, una palabra francesa es mejor que una española o inglesa, o una danesa cubre el hueco vacío de su inexistencia en otros idiomas. Y no sólo por su significado. Las palabras, además de semántica, tienen su morfología y su fonética, su forma y su sonido. Una en español puede sonar mejor que su correspondencia en inglés, o la francesa tener menos monemas, o la posibilidad de contraerse frente a la de la otra lengua. Un verso puede ser más breve, más suave, más lento o más acentuado que su correcta traducción. En ello radicó una pequeña disertación sobre los quesos –fantástica, por cierto- y el marketing sonoro de la palabra, suave en Cheese, nuestra limpia Queso, la diplomática Fromage, y la ruda Ost. Desde mi silla y ante la primera POLYFONIA o ante los quesos, comprendía lo fundamental de un diccionario junto a su insuficiencia ante un poema.

The Word, le mot, la

Palabra.
Ordet.

Al fin y al cabo, se escriba el poema en la lengua que se escriba, éste no hablará nunca esa lengua cotidiana que tan fácilmente comprendemos de primeras en nuestras conversaciones diarias, porque la poesía es un idioma en sí misma al que todavía nadie le ha dedicado un diccionario decente –si es que se pudiera hacer tal cosa. Y digo yo, si hay poesía en tantos idiomas, por qué no ha de haber, efectivamente, tantos idiomas en una poesía.

Seguía sentado en mi silla. La POLYFONIA sonaba con su quinto idioma, la música, a veces en un solo de clarinete, otras con percusión. Ya no sabía si estaba en un recital o en un concierto de, quizás, Jazz –tan grato a Peter-, si en el s. XXI o frente al nómada juglar medieval –Dinamarca, Estados Unidos, Francia, España…- en su espectáculo poetico-musical reinventando el latín en las variadas formas de las lenguas romance mientras suena la zanfoña o la viola de arco. Presenciar el arte de juglaría era una de mis locuras en caso de que me ofrecieran viajar en el tiempo con alguna mágica máquina. Fue jueves, ese jueves de febrero del que hablo, veinticinco para ser exactos, el día que no me hizo falta una máquina del tiempo y cumplí con mi extraño sueño; no tan extraño si digo que a lo que quería asistir era a uno de los múltiples orígenes de la poética -la poesía, la nuestra, no es sólo letra escrita, sino que, de hecho, nació de la palabra hablada, cantada, rítmica y musical, en un humilde escenario y por un plato de comida, un chorro de vino y ropa usada.

Peter, juglar de Lavapiés –donde también hay barberillos que parodian óperas italianas-, nos hizo, momentáneamente, nietos suyos. ¿Cómo? Peter nos trajo en sus versos, a mitad del recital-concierto, a su nieta francesa Salomé, la cual, sólo conoce una palabra danesa con la que identifica a Peter: Bedstefar (abuelo):

Ma petite fille,

Salomé, mit barnebarn,

Mi nieta,

Para ti soy “Bedstefar”,

Tu única palabra en danés.

(…)

Salomé, nieta mía,

Para ti soy todavía poco más

Que una palabra, but a Word which,

Ahí dedans,

Contains,

Esconde,

Gemmer et løfte, a

Meaning and promise

That we both must explore:

Din “Bedstefar”,

Le meilleur père

De ta mère.

Al igual que Salomé, muchos de los presentes aprendimos nuestra primera palabra danesa (si excluimos Ost), única palabra, de momento. Toda la sala se hizo Salomé aprendiendo su primera y solitaria palabra, y todos repetimos para los adentros de nuestra memoria “Bedstefar-abuelo” para retener el tesoro que Peter nos legaba, envuelto en su idioma natal. Poco después, 1, 2, 3, ¡despierta!, y volvíamos del trance hipnótico de la POLYFONIA para ser nosotros otra vez, sobre nuestras sillas en un jueves veinticinco de febrero, más una nueva palabra -¡qué más da ya el idioma!- en nuestro interior. Como todo juglar, Peter no solamente canta y se recuesta en el colchón musical, sino que hace malabares con las palabras, prestidigitaciones, danza con ellas, juega y contorsiona las sílabas y hace números de equilibrista sobre finas cuerdas de letras, de palabras, words, mots… ord. Es lo que hacía el juglar, es lo que hace el poeta, para el que, siguiendo a Nietzsche, la simple palabra de todo idioma es ya una metáfora en movimiento de la realidad que evoca, metáforas que hemos olvidado que lo son, excepto Peter Wessel.

[1]Librería Enclave Libros en la calle Relatores.

[2]Fantástico neologismo de Peter Wessel: adicto al múltiple sonido.

Por Héctor Martínez Sanz

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