La poesía es intraducible

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La poesía es intraducible igual que la música y el arte pictórico con los que —a pesar de servirse de la palabra— tiene más en común que con la prosa discursiva.

Que quede claro: no estoy diciendo que no se puedan traducir poemas, estoy hablando de la parte de los poemas donde surge el lenguaje poético —la poesía—. El lenguaje verbal tiene muchos ingredientes, y estos ingredientes se dosifican según el objetivo de la comunicación. Unas instrucciones para abrir una lata necesitan un lenguaje que todo el mundo entienda: claro, directo, breve e inequívoco, es decir, fácil de entender y de seguir. Prosaico. La poesía, al contrario, es un lenguaje ambiguo, enigmático, musical y metafórico, pero carente de sentido lógico. Son fórmulas mágicas —abracadabras, ábrete sésamos— que cortocircuitan el razonamiento causal y nos llevan a un entendimiento repentino, espontáneo, intuitivo, al que no puede llegar la deducción, encerrada en su bucle racional.

El ser racional —el homo intelectus—  busca siempre el porqué de las cosas; quiere saber el sentido y el «de qué se trata» de todo.  Este afán provoca que mucha gente admita espontáneamente —sin pensárselo— que «no entiende el lenguaje de la poesía», aunque a todas luces está escrita en su propio idioma.

Tres eventos que consideramos pasos mayores en la evolución de la cultura occidental están en el origen de nuestra incomprensión de la naturaleza de la poesía: la invención de la imprenta, el auge de la filosofía racionalista y el establecimiento de fronteras nacionales.

En la Edad Media, cuando la gran mayoría de la gente en nuestro continente era analfabeta (salvo los clérigos), la poesía era un arte de transmisión oral y se recitaba o cantaba. Todavía era lírica: su componente musical seguía siendo esencial. Las lindes entre los idiomas de habla popular  —lenguas vernáculas— eran fluctuantes, y los trovadores y poetas itinerantes creaban cada uno su propia lengua con las voces de las geografías y paisajes físicos y sociales que atravesaban.

Tanto entonces como hoy —en que nuestros pensamientos siguen estando condicionados por lenguas cuya limpieza y fijeza mantienen en la idealista y normativa Europa latina las academias nacionales de la lengua, desconocidas en el pragmático mundo anglosajón—, la proporción entre lo poético y lo prosaico de un poema depende evidentemente del tipo (estilo) de que se trate y de su eventual función. Un poema épico, panfletario o confesional tiene más contenido argumental que un poema imaginista o de amor puro. Una traducción de Homero tiene más sentido que una traducción del Ezra Pound de «The apparition of these faces in the crowd: Petals on a wet, black bough».

Si la poesía, tal como yo la defino, es un idioma per se y universal (no español, persa ni chino), la poesía multilingüe es un espejismo y la denominación resulta redundante. En el fondo toda poesía es multilingüe.

El poeta, traductor y lingüista brasileño Haroldo de Campos lanzó el concepto de transcreación. Su idea es que un texto «creativo», como puede ser un poema, se ha de recrear en la traducción. La traducción surgirá del encuentro con la cultura del idioma al que se pretende traducir. Ahora bien, si el traductor se encuentra con que un poema está hecho de un entramado de voces de varias culturas ha de desistir en su empeño: como mucho, es posible una traducción ficticia del poema en otros idiomas, pero este tipo de traducción ficticia modificaría por completo la estructura lingüística —la música y las imágenes del original—. En palabras del eminente lingüista Alemán Alfons Knauth, «una traducción múltiple solo se puede concebir como una “variación” del poema original. Una especie de tema con variazioni».

En mis Polyfonías utilizo una técnica que puede parecerse a la traducción interna, pero en realidad se trata de un recurso parecido a los temas con variazioni de Alfons Knauth (con la diferencia importante de que estas variazioni surgen de las personas que conviven en mí). Este recurso —que yo llamo glissandi o “deslizamientos” de significados entre los diferentes idiomas— produce un efecto de espejos deformantes.

Podemos ver las palabras como cajitas, pizarras o espejos. Si las vemos como cajitas, su contenido envejece, pero no cambia; si las vemos como pizarras, el contenido se borra cuando añadimos una nueva interpretación; pero si son espejos, se pueden reflejar entre sí y constantemente desvelar nuevos significados. Es lo que me pasa cuando el significado que he asignado a una palabra en un idioma se refleja, o resuena, en lo que es su supuesta traducción a otro. Por eso las traducciones internas son en realidad traducciones aparentes o traducciones creativas. Pero como todas estas palabras en diferentes idiomas son mis experiencias a través del corredor del tiempo —y vale la pena ver aquí ese corredor como los que se forman entre dos paredes de espejos en los parques de atracciones—, también me transforman a mí y a mis lectores u oyentes. En la polifonía «Flux» —el título es significativo— digo: «And true: / Les femmes, / las mujeres, / women, / kvinder / har altid været, han sido / siempre, / mis mejores, y auténticas, / guías / for women are like trees / and where there are trees / there is water».

La repetición en diferentes idiomas del término «mujeres», ¿es traducción? Para mí, desde luego que no. Y no son «mujeres», como diría Magritte. Son la idea de la feminidad vista desde la óptica de diferentes culturas, o por lo menos tal como yo las he vivido habiéndome sumergido en diferentes culturas. Además —para volver a lo pictórico y lo musical— ni se presentan ni suenan igual. Lo general se expresa en francés y en español mediante la forma definida: las mujeres, les femmes; mientras que en inglés y danés lo general es indefinido: women, kvinder. ¿Y qué decir de la diferencia musical y sensual entre las trocaicas women y kvinder, las graves mujeres o las monosilábicas femmes, que solo se encienden mediante la rima con flamme?

© Peter Wessel 2019