La poesía es intraducible

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La poesía es intraducible igual que la música y el arte pictórico con los que —a pesar de servirse de la palabra— tiene más en común que con la prosa discursiva.

Que quede claro: no estoy diciendo que no se puedan traducir poemas, estoy hablando de la parte de los poemas donde surge el lenguaje poético —la poesía—. El lenguaje verbal tiene muchos ingredientes, y estos ingredientes se dosifican según el objetivo de la comunicación. Unas instrucciones para abrir una lata necesitan un lenguaje que todo el mundo entienda: claro, directo, breve e inequívoco, es decir, fácil de entender y de seguir. Prosaico. La poesía, al contrario, es un lenguaje ambiguo, enigmático, musical y metafórico, pero carente de sentido lógico. Son fórmulas mágicas —abracadabras, ábrete sésamos— que cortocircuitan el razonamiento causal y nos llevan a un entendimiento repentino, espontáneo, intuitivo, al que no puede llegar la deducción, encerrada en su bucle racional.

El ser racional —el homo intelectus—  busca siempre el porqué de las cosas; quiere saber el sentido y el «de qué se trata» de todo.  Este afán provoca que mucha gente admita espontáneamente —sin pensárselo— que «no entiende el lenguaje de la poesía», aunque a todas luces está escrita en su propio idioma.

Tres eventos que consideramos pasos mayores en la evolución de la cultura occidental están en el origen de nuestra incomprensión de la naturaleza de la poesía: la invención de la imprenta, el auge de la filosofía racionalista y el establecimiento de fronteras nacionales.

En la Edad Media, cuando la gran mayoría de la gente en nuestro continente era analfabeta (salvo los clérigos), la poesía era un arte de transmisión oral y se recitaba o cantaba. Todavía era lírica: su componente musical seguía siendo esencial. Las lindes entre los idiomas de habla popular  —lenguas vernáculas— eran fluctuantes, y los trovadores y poetas itinerantes creaban cada uno su propia lengua con las voces de las geografías y paisajes físicos y sociales que atravesaban.

Tanto entonces como hoy —en que nuestros pensamientos siguen estando condicionados por lenguas cuya limpieza y fijeza mantienen en la idealista y normativa Europa latina las academias nacionales de la lengua, desconocidas en el pragmático mundo anglosajón—, la proporción entre lo poético y lo prosaico de un poema depende evidentemente del tipo (estilo) de que se trate y de su eventual función. Un poema épico, panfletario o confesional tiene más contenido argumental que un poema imaginista o de amor puro. Una traducción de Homero tiene más sentido que una traducción del Ezra Pound de «The apparition of these faces in the crowd: Petals on a wet, black bough».

Si la poesía, tal como yo la defino, es un idioma per se y universal (no español, persa ni chino), la poesía multilingüe es un espejismo y la denominación resulta redundante. En el fondo toda poesía es multilingüe.

El poeta, traductor y lingüista brasileño Haroldo de Campos lanzó el concepto de transcreación. Su idea es que un texto «creativo», como puede ser un poema, se ha de recrear en la traducción. La traducción surgirá del encuentro con la cultura del idioma al que se pretende traducir. Ahora bien, si el traductor se encuentra con que un poema está hecho de un entramado de voces de varias culturas ha de desistir en su empeño: como mucho, es posible una traducción ficticia del poema en otros idiomas, pero este tipo de traducción ficticia modificaría por completo la estructura lingüística —la música y las imágenes del original—. En palabras del eminente lingüista Alemán Alfons Knauth, «una traducción múltiple solo se puede concebir como una “variación” del poema original. Una especie de tema con variazioni».

En mis Polyfonías utilizo una técnica que puede parecerse a la traducción interna, pero en realidad se trata de un recurso parecido a los temas con variazioni de Alfons Knauth (con la diferencia importante de que estas variazioni surgen de las personas que conviven en mí). Este recurso —que yo llamo glissandi o “deslizamientos” de significados entre los diferentes idiomas— produce un efecto de espejos deformantes.

Podemos ver las palabras como cajitas, pizarras o espejos. Si las vemos como cajitas, su contenido envejece, pero no cambia; si las vemos como pizarras, el contenido se borra cuando añadimos una nueva interpretación; pero si son espejos, se pueden reflejar entre sí y constantemente desvelar nuevos significados. Es lo que me pasa cuando el significado que he asignado a una palabra en un idioma se refleja, o resuena, en lo que es su supuesta traducción a otro. Por eso las traducciones internas son en realidad traducciones aparentes o traducciones creativas. Pero como todas estas palabras en diferentes idiomas son mis experiencias a través del corredor del tiempo —y vale la pena ver aquí ese corredor como los que se forman entre dos paredes de espejos en los parques de atracciones—, también me transforman a mí y a mis lectores u oyentes. En la polifonía «Flux» —el título es significativo— digo: «And true: / Les femmes, / las mujeres, / women, / kvinder / har altid været, han sido / siempre, / mis mejores, y auténticas, / guías / for women are like trees / and where there are trees / there is water».

La repetición en diferentes idiomas del término «mujeres», ¿es traducción? Para mí, desde luego que no. Y no son «mujeres», como diría Magritte. Son la idea de la feminidad vista desde la óptica de diferentes culturas, o por lo menos tal como yo las he vivido habiéndome sumergido en diferentes culturas. Además —para volver a lo pictórico y lo musical— ni se presentan ni suenan igual. Lo general se expresa en francés y en español mediante la forma definida: las mujeres, les femmes; mientras que en inglés y danés lo general es indefinido: women, kvinder. ¿Y qué decir de la diferencia musical y sensual entre las trocaicas women y kvinder, las graves mujeres o las monosilábicas femmes, que solo se encienden mediante la rima con flamme?

© Peter Wessel 2019

When Your Lover Has Gone

What happens

¿qué pasa when your lover has gone

y descubres que los que se pusieron tristes,

melancoliques

comme toi

are no longer there, have gone too

y que no queda nada del pasado que lamentar,

nadie se recordará del amante

o de su canción?

 

Sí, es cierto,

se fue el amante

and the melody stopped lingering on.

Se fue el amante, per-

haps, sans doute

l’amant se marchó, elskeren blev væk

mais l’amor, kærligheden

se quedó en tantos rasgos, in

so many traits, so many strokes,

autant

d’allures, autant de mots.

Words that are songs, songs

That are feelings, faces

In the crowd.

Gesichte, ansigter, identidades

que no corresponden con nadie

en concreto,

pero que brillan en esa palabra,

ce mot incrusté dans le mur qu’entoure

l’église de Sainte Foy,

la santa Fe

que no era más que una chavala

cuando murió for using

the wrong word for the same thing.

 

When your lover has gone

And the rain starts falling

på Solitudevej,

la Calle de las Lamentaciones

Solitarias

de mi niñez,

what do you say? ¿Cuál es la palabra, de qué

color es la piedra

preciosa

y de qué país ha venido?

¿Quién fue

el príncipe que puso

la piedra en su diadema?

¿De qué país, from

what land? How

did he arrive?

 

Avec le vent

tout s’en va, tout

s’enlève

som stenen i diademet, som

navnet på din elsker

comme le mot que dijiste

with the wrong accent, den

gale accent,

l’accent equivocado.

 

When your lover has gone

Like a stone, a gem

in the wall of the saintly girl,

the little Saint

Fides,

whose name is Faith

Fe, foi. Ma foi

I believe, not in miracles

or perhaps I do

en milagros,

mirakler,

underværker som stenen

vi ikke så i første omgang. La pierre

que fut violée

par notre ignorance,

forced into a place where it did not

belong.

Non pas sa véritable place

Like the wrong word in the right place, or

the right word en un lugar

equivocado. Que ni

la memoria quiere devolver.

 

How do we find that stone?

¿Qué nombre de qué piedra?

And which wall

shall witness our wailing, nuestras

lamentaciones?

 

When our lover has gone,

but love remains –quédese

el amor–

la fe basta,

faith is all we need

for the word to fall into place, for

at ordet kan finde

sin plads og sin mening.

 

Al fin lo que importa

Es reconocer, forstå,

realize

that what matters is not who

we look for, lo que buscamos,

l’important n’est pas

la chose cherchée, sinon

la chose rencontrée,

and love and faith,

stone or gem or pierre

will matter and belong because

we found it

at the adequate moment, à l’heure

precise.

Une retrouvaille, a

discovery whose value

is the coincidence, la

coincidence,

det heldige sammentræf,

la coincidencia significativa.

 

Y la piedra, the rhythm,

the word,

la palabra dans sa place

just in time

 

before the wind rises

et tout s’en va.

 

© Peter Wessel 2016

The author recites «When Your Lover Has Gone»

A Jam Supreme

Chevi, Peter y Javier vistos por Antonio SambeatEl 28 de octubre lanzamos con un recital en el Colegio Mayor Rector Peset en Valencia el número especial de la revista de arte y literatura “Canibaal” dedicado a Jazz&Bookstores. En diálogo musical con Javier Vercher (clarinete bajo) y Chevi Martínez (contrabajo) lei una selección de poemas de “Delta” y de “Polyfonías” además de un poema nuevo inspirado en Conques. Reproduzco abajo el texto de mi ensayo “Delta, una confluencia de coincidencias”, publicado en la misma revista.

DELTA, UNA CONFLUENCIA DE COINCIDENCIAS

Me encuentro en Conques –Concas– esa concha dentro de la que he percibido y grabado las coincidencias poéticas que confluyen en las polyfonías del libro-disco Delta. Es agosto, y en las últimas tres tórridas semanas subo y bajo entre la cava-galería de la librería Chemins d’Encre y mi casa en la parte alta del pueblo, justo al interior de las murallas.

Hoy por fin llueve. Una lluvia abundante y misericordiosa, tal vez en respuesta a las bellísimas voces de Mora Vocis – cinco viudas vestidas de negro riguroso – que anoche cantaron las polifonías de “Mater Dolorosa, mujeres ante la tumba” bajo los altos arcos románicos de la iglesia abacial de Sainte Foy. Habíamos decidido mi mujer y yo asistir a este último concierto del festival de música “Conques, la lumière du roman” antes de recibir la noticia, este domingo por la mañana, del fallecimiento de un querido amigo.

Una coincidencia significativa más.

Con el tiempo la voluntad de unidad y la aceptación de la multiplicidad me han convertido en un coleccionista compulsivo de coincidencias. He llegado a la conclusión de que la sensibilidad del artista le otorga la responsabilidad para identificar y hacer visible las coincidencias que de alguna manera nos familiariza con ambientes y situaciones que de otra forma nos hubieran alienado.

Lautréamont era capaz de ver la belleza en el « encuentro fortuito sobre una mesa de disección entre una máquina de coser y un paraguas ». La fuerza transformadora, la magia poética de Lautréamont, nos puede ayudar a comunicar con lo que nos parece extraño dentro y fuera de nosotros. Hay que saludar, no solamente a los desconocidos, pero también a lo desconocido. Hay que hablar con los niños y con los árboles, pero también con los drones. La familia de la creación existe, no a pesar de las diferencias, pero sí gracias a ellas. El trabajo del artista consiste en romper las superficies fosilizadas de las palabras, las imágenes y las armonías musicales para señalar nuevas asociaciones y coincidencias inesperadas.

El hecho de haber vivido cuatro diferentes vidas en cuatro diferentes culturas finalmente me ha obligado a admitir mi propia multiplicidad. Cuando quiero hablar o cuando empiezo a escribir no sé exactamente cuál de las cuatro culturas va a tomar la palabra.

En realidad, eso nos ocurre a todos: nuestro lenguaje cambia según hablamos con nuestros hijos o con nuestro notario y jugamos roles distintos –llevamos máscaras distintas– según la situación. Si no nos damos cuenta de ello es porque nuestro idioma –la máscara de los pensamientos y las emociones – en el caso de que sólo dominemos uno: el materno, hace creer que somos una persona –un individuo– con una sola voz.

Es para indicar la pluralidad de voces y culturas en mis poemas que los llamo “polyfonías”. No obstante, he añadido el calificativo de project – proyecto – para indicar que la presunta unidad de mi libro no es más que un deseo –un simulacro piadoso como todo arte, pero lejos de la realidad ya que la unidad no existe salvo como un deseo – un deseo muy bello y humano. Todos somos diferentes, cada uno es (o quizás debería decir cada uno somos) una mezcla de múltiples identidades.

Del mismo modo que tardé años en comprender la coincidencia que, hace 36 años, me hizo descubrir Conques, el lugar de mi segundo nacimiento, también me ha costado tiempo entender de dónde surgen mis cuatro idiomas, cuáles son los mecanismos que, en cada momento, deciden si le mot juste es francés, español, danés o inglés.

Hace trece años escribí “Un idioma sin fronteras”, mi primera polyfonía. Me habían invitado a leer unos poemas en Radio Exterior de España y, halagado y sin pensármelo dos veces, contesté que sí. Después de colgar el teléfono me di cuenta de que seguramente pensaban que tenía algunos poemas escritos en español, o por lo menos traducidos a este idioma. Después de todo, la función de Radio Exterior de España era el fomento y la preservación de la lengua española en el mundo.

Apurado, me puse a escribir un poema en esa lengua, pero al terminar el primer verso ya había empleado palabras de las cuatro culturas en las cuales, debido a una existencia nómada, me había formado: la danesa de mi infancia en el campo y mis primeros estudios en Copenhague; el francés de mi juventud rebelde en París, lengua que hablo con mi hija que nació allí; el español de mi vida de pareja y mi entorno desde hace más de treinta años (no olvidemos que el español es muy visceral y dentro del cuerpo no llega la luz, allí reinan las tinieblas) y finalmente la cultura americana del jazz, mi romance musical de toda la vida.

Dentro de mí
viven cuatro personas, each
with their own voice,
su propia
lengua,
sa propre langue.
Hver med sit eget sprog
og sin egen stemme…

La decisión de dar a mi poema, que empieza así, el nombre del programa radiofónico que me había invitado –ya que precisamente hablaba del transfronterismo de la poesía– resultó premonitoria y fue la clave para el desarrollo de mi poética.

“Un idioma sin fronteras” llegó a ser la “sintonía” para el Polyfonías Poetry Project –el trío que, en 2008, formé junto al compositor y guitarrista argentino-danés Mark Solborg y el clarinetista valenciano Salvador Vidal y fue el primer poema en el cd-libro Polyfonías que grabamos en 2004 Mark Solborg y yo, pero que no se publicó hasta cuatro años más tarde.

La colaboración con el jazzman danés y el músico valenciano con formación clásica, pero con gustos muy contemporáneos, externaliza –para decirlo de alguna forma– el proceso musical interno de montaje polifónico. Siempre me he considerado un músico que se expresa mediante la poesía. Suelo tener una melodía en mente cuando empiezo a escribir y esta melodía me ayuda a romper la linealidad de mis pensamientos y el uso automático de palabras y estructuras lingüísticas trilladas. Con cuatro registros de idiomas a mi alcance me siento como un pintor que canta mientras pinta, dejando que los graves y los agudos de la melodía y los corchetes y tresillos del ritmo decidan entre los grosores de sus pinceles y los colores de su paleta. Una vez que siento que el poema ha llegado a su fin ya no me recuerdo de la melodía, pero como el impulso no trataba de escribir una canción –una canción ha de contar una historia, un poema despierta una historia que no se puede contar– tampoco importa.

Como poeta confío más en que las coincidencias musicales puedan llevarme a visiones de la verdad de la existencia – “hints and glimpses”, las llamaba T.S.Eliot– que a metáforas creadas en el crisol de la razón. Esto me recuerda mi primera conversación con Dinah Salama, la artista española que ha contribuido al proyecto Delta con su lenguaje visual. Quería saber cómo son las rosas de Picardie, ya que en el poema “La ruina de mis sueños” hablo de “pétales parsemées de la rose de Picardie”. Le contesté que no tenía idea, que era una melodía que tocaba Sidney Bechet y que era una de mis favoritas cuando empecé a escuchar el jazz cuando tenía doce-trece años. Músicos de jazz como Charlie Parker y Sonny Rollins citan en sus solos a menudo otras canciones que la que están tocando y a nadie les molesta, al contrario provoca a menudo una sonrisa de reconocimiento.

El jazz es un arte contaminado desde la raíz. La mezcla de culturas y sensaciones de la gran ciudad está en su ADN. Como historiador de la música popular norteamericana tengo cientos de canciones en mi corazón, y no es una casualidad si en el poema mencionado cito también solos de Miles Davis y Django Reinhardt. Que luego tanto la rosa de Picardie como las hojas muertas (“Autumn Leaves”) y el castillo de mis sueños (“Manoir de mes rêves”) son metáforas que encajan perfectamente en un poema de un padre que se lamenta de no haber podido trasmitir sus valores y conocimientos a su hija, es una coincidencia significativa.

Cuando Mark, Salvador y yo entramos en un diálogo poético-musical, el público se olvida de que “no entiende el idioma de la poesía” y se sorprende de que la mezcla de idiomas le permita dedicarse a escuchar y no a razonar. Al igual que Dinah, tengo raíces sefardíes. Venimos de un pueblo que una y otra vez ha tenido que adaptarse a otras culturas y estamos en una constante búsqueda de nuestra identidad. Una identidad que obviamente ha de ser un mosaico que, además está en metamorfosis perpetua. Gran parte de los estándares de jazz tienen títulos ingleses: “Embraceable You”, “A Fine Romance”, “Over the Rainbow”, pero son canciones escritos por hijos de emigrantes ruso-judíos como Ira Gershwin, Dorothy Fields y Yip Harburg soñando en ser aceptados como americans.

Teniendo en cuenta estos juegos de máscaras de identidades no debe sorprender que Dinah -pintora foto-collagista nata- y yo nos entendiéramos desde que empezó a brotar Delta.

*

Sonrio de camino a la cueva, donde vigilo la exposición de las obras originales de Dinah, y noto como los torrentes de agua que corren por los callejones y escaleras de las puertas altas de este y oeste de Conques confluyen delante de la puerta de la galería para bajar unidos al sur por la Rue de Charlemagne, formando una Y griega perfecta.

La Y griega de las armas de la Villa.

Y de Polyfonías.

 

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Conques-en-Rouergue, Delta, Asymptote

Editorial newsletter translated from the Spanish Cuadernos de la Torre

During the month of August, the original photocollages created by Spanish Artist Dinah Salama for Peter Wessel’s new translingual poetry-artbook+cd DELTA were exhibited at Librairie Chemins d’Encre in the Medieval French pilgrim’s village of Conques-en-Rouergue. It was in this setting that the poet on August 8th presented his book in a concert-reading accompanied by the French multi-instrumentalist Jean-Pierre Rasle.

Because he considers Conques to be his second birthplace, it was a deeply moving experience for the Danish poet, who settled there 37 years ago after recognizing the village from an adolescent dream. With time, this thousand year old confluence of European cultures has become a metaphor for Peter’s life and poetry, and – in 2014 – the Town Council decided to have the poem “Conques, la quête”, which he had written and dedicated to the village, carved in two Corten steel plates and place them where the Way of Saint James enters and leaves Conques.

 

Affiche Dialogues pour Delta, horaire corr-page-001

Furthermore, on a different note, the international journal of literary translation Asymptote has recently published three poems from Delta on their blog, both in their original polyphonic language and in Elena Feehan’s perceptive and ressourceful translations into English. Asymptote defines itself as “an exciting new international journal dedicated to literary translation […] bringing together in one place hitherto unpublished work by writers and translators such as J. M. Coetzee, Patrick Modiano, Can Xue, Ismail Kadare, David Mitchell, Anne Carson, Haruki Murakami, Lydia Davis, and Herta Müller”.

You can now order your signed copy of DELTA, a pluri-sensorial confluence of….

poetry, music, art, handsome design and pleasant touch, directly from its author:

pewessel@gmail.com

25€ + shipping from Spain

Also available in well-assorted bookshops in Spain («La Central», «La Casa del Libro», «Enclave de Libros», «La Fugitiva», «Con Tarima»,  etc.) and – in Denmark and France – in the bookshops mentioned on my links page. Distributed internationally.

PETER WESSEL POLYFONÍAS POETRY PROJECT:

Peter Wessel / poetry in one and many tongues

Mark Solborg / composer / guitars / electronics

Salvador Vidal / bass and soprano clarinets / light percussion

Dinah Salama / collages, mixed media

 

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Peter Wessel, el juglar de Lavapiés

Polyfonías Poetry Project at the Poesiefestival Berlin 2009 (Photo ©Gezett.de)Era jueves, tarde o noche, o bien se hizo la noche desde la tarde, en una nueva librería “Enclavada” en el “Enclave” de Lavapiés, calle del oficio de relatar[1], mientras dos hombres y un clarinete me hablaban en dos, tres, cuatro idiomas distintos. ¿Distintos? ¿No era el mismo? Hace tiempo que se intentó sugerir aquel surrealista esperanto a toda la comunidad humana, un solo idioma de todos los habidos y por haber, sin éxito. Nunca supe si se trataba de retomar la construcción de Babel y contradecir a los dioses que dividieron nuestras lenguas terrenales desde sus cielos. Ahora bien, siempre pensé que era mejor así, cada uno con su lengua. ¿Por qué? Sencillo, aunque suene extraño: un mismo idioma para todos nos haría indiferentes los unos a los otros, y lenguas distintas nos causan la sana curiosidad por los demás, ya sea saber si hablan de nosotros, ya sea por saber qué dicen o escriben. Cuántas veces no habré pasado por alto un artículo o libro escrito en mi lengua, o lo habré rechazado con una (h)ojeada, y, sin embargo, cuántas veces me habré interesado en textos similares en otra lengua, desconocida o aprendida a medias. Baste la demostración poco matemática, pero cierta, de que diferentes idiomas nos obligan a interesarnos por lo ajeno. El clarinete suena y una voz recita, dos, tres, cuatro idiomas, ¿distintos? –decía líneas atrás-. No son distintos, son uno y el mismo: el de la poesía, o mejor dicho, el del poeta que habla y siempre hablará en su idioma, el propio labrado con años y más años de hablarlo.
El clarinete se llama Salvador, y la voz se llama Peter –Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, dijo alguien una vez-. Encontrarme juntas ambas palabras, Salvador y Pedro –nombres propios que vienen de palabras-, es un hecho magnífico, inusual –sólo una vez antes los vi unidos en un extenso libro-, pero no religioso. Del mismo modo, descubrir a Salvador y a Peter hablando diferentes lenguas y que todos los presentes les entiendan en las propias y las extrañas, no ocurre todos los días. Acaso únicamente el quincuagésimo contando desde la Pascua -long long time ago. Glosolalia, poliglotismo, heteroglotismo… POLYFONIA. Ese jueves del que hablo, entendí un milagro que siempre me habían relatado a fuerza de un santo espíritu y que a mí me resultaba posible entre los hombres sin recurrir a la santidad. Ese jueves, mes de febrero, escuché mi primera POLYFONIA.

Yo estaba sentado, atrás del todo, enterrado entre el público. Casi no veía a los protagonistas, pero a un recital no se acude a mirar, sino a escuchar.

Dentro de mí

Viven cuatro personas, each

With their own voice,

Su propia lengua,

Sa propre langue.

Hver med sit eget srpog
Og sin egen stemme.

He leído que una POLYFONIA no puede ser traducida –en realidad como toda poesía-. Yo diría más: no puede leerse, hay que oírla de labios de un polyfómano[2], es decir, de la voz que siendo una, son cuatro -¿existirá la tetranidad?-, porque es él, al caso Peter, quien sabe el acento justo a cada palabra en cada idioma. Not only se trata de poner one word in differents languages, como acabo de hacer, sino de ser capaz de escribir un poema con cada lengua en cada verso, como si el anterior o el siguiente estuvieran escritos en el mismo idioma. Algunas veces, una palabra francesa es mejor que una española o inglesa, o una danesa cubre el hueco vacío de su inexistencia en otros idiomas. Y no sólo por su significado. Las palabras, además de semántica, tienen su morfología y su fonética, su forma y su sonido. Una en español puede sonar mejor que su correspondencia en inglés, o la francesa tener menos monemas, o la posibilidad de contraerse frente a la de la otra lengua. Un verso puede ser más breve, más suave, más lento o más acentuado que su correcta traducción. En ello radicó una pequeña disertación sobre los quesos –fantástica, por cierto- y el marketing sonoro de la palabra, suave en Cheese, nuestra limpia Queso, la diplomática Fromage, y la ruda Ost. Desde mi silla y ante la primera POLYFONIA o ante los quesos, comprendía lo fundamental de un diccionario junto a su insuficiencia ante un poema.

The Word, le mot, la

Palabra.
Ordet.

Al fin y al cabo, se escriba el poema en la lengua que se escriba, éste no hablará nunca esa lengua cotidiana que tan fácilmente comprendemos de primeras en nuestras conversaciones diarias, porque la poesía es un idioma en sí misma al que todavía nadie le ha dedicado un diccionario decente –si es que se pudiera hacer tal cosa. Y digo yo, si hay poesía en tantos idiomas, por qué no ha de haber, efectivamente, tantos idiomas en una poesía.

Seguía sentado en mi silla. La POLYFONIA sonaba con su quinto idioma, la música, a veces en un solo de clarinete, otras con percusión. Ya no sabía si estaba en un recital o en un concierto de, quizás, Jazz –tan grato a Peter-, si en el s. XXI o frente al nómada juglar medieval –Dinamarca, Estados Unidos, Francia, España…- en su espectáculo poetico-musical reinventando el latín en las variadas formas de las lenguas romance mientras suena la zanfoña o la viola de arco. Presenciar el arte de juglaría era una de mis locuras en caso de que me ofrecieran viajar en el tiempo con alguna mágica máquina. Fue jueves, ese jueves de febrero del que hablo, veinticinco para ser exactos, el día que no me hizo falta una máquina del tiempo y cumplí con mi extraño sueño; no tan extraño si digo que a lo que quería asistir era a uno de los múltiples orígenes de la poética -la poesía, la nuestra, no es sólo letra escrita, sino que, de hecho, nació de la palabra hablada, cantada, rítmica y musical, en un humilde escenario y por un plato de comida, un chorro de vino y ropa usada.

Peter, juglar de Lavapiés –donde también hay barberillos que parodian óperas italianas-, nos hizo, momentáneamente, nietos suyos. ¿Cómo? Peter nos trajo en sus versos, a mitad del recital-concierto, a su nieta francesa Salomé, la cual, sólo conoce una palabra danesa con la que identifica a Peter: Bedstefar (abuelo):

Ma petite fille,

Salomé, mit barnebarn,

Mi nieta,

Para ti soy “Bedstefar”,

Tu única palabra en danés.

(…)

Salomé, nieta mía,

Para ti soy todavía poco más

Que una palabra, but a Word which,

Ahí dedans,

Contains,

Esconde,

Gemmer et løfte, a

Meaning and promise

That we both must explore:

Din “Bedstefar”,

Le meilleur père

De ta mère.

Al igual que Salomé, muchos de los presentes aprendimos nuestra primera palabra danesa (si excluimos Ost), única palabra, de momento. Toda la sala se hizo Salomé aprendiendo su primera y solitaria palabra, y todos repetimos para los adentros de nuestra memoria “Bedstefar-abuelo” para retener el tesoro que Peter nos legaba, envuelto en su idioma natal. Poco después, 1, 2, 3, ¡despierta!, y volvíamos del trance hipnótico de la POLYFONIA para ser nosotros otra vez, sobre nuestras sillas en un jueves veinticinco de febrero, más una nueva palabra -¡qué más da ya el idioma!- en nuestro interior. Como todo juglar, Peter no solamente canta y se recuesta en el colchón musical, sino que hace malabares con las palabras, prestidigitaciones, danza con ellas, juega y contorsiona las sílabas y hace números de equilibrista sobre finas cuerdas de letras, de palabras, words, mots… ord. Es lo que hacía el juglar, es lo que hace el poeta, para el que, siguiendo a Nietzsche, la simple palabra de todo idioma es ya una metáfora en movimiento de la realidad que evoca, metáforas que hemos olvidado que lo son, excepto Peter Wessel.

[1]Librería Enclave Libros en la calle Relatores.

[2]Fantástico neologismo de Peter Wessel: adicto al múltiple sonido.

Por Héctor Martínez Sanz

Mon rêve

 

Mon introduction au récital-concert de Polyfonías Poetry Project

 Festival de musique “La Lumière du Roman”, Conques, août 2010

 

Cet après-midi je vais vous parler à la fois de langues et en langues, c’est à dire je vais vous parler avec les mots des differentes cultures qui font partie de moi et à travers ces mots et la musique j’espère pouvoir toucher en chacun de vous ce qui fait que tous nous nous ressemblons: les sentiments humains.

Les animaux, les arbres, les fleurs et les pierres semblent reposer en soi, il n’ont pas besoin de se demander ce qu’ils sont, pourquoi ils sont et pourquoi ils sont ici.

Les êtres humains, au contraire, nous sommes condamnés a traduire notre experience et nos pensées en mots. Nous sommes faits de mots. Selon la façon dont nous employons les mots nous pouvons faire des amis et des ennemis, la guerre et la paix. Ce qui est merveilleux, c’est que si nous employons un langage d’amour, de compréhension et de miséricorde nous pouvons former une communauté humaine.

Depuis deux ans Mark, Salvador et moi nous avons interpreté les Polyfonías dans huit differents pays européens et je crois que nous nous sommes faits comprendre partout.

Cependant, je suis convaincu que de tous ces lieux, Conques est l’endroit où nous allons trouver le plus de résonance et d’harmonie avec nos alentours, car les routes de pélerinage ont toujours été un défi aux frontières nationales et linguistiques.

Je ne parle évidemment pas de croisades, qui sont tout le contraire, comme je le sais très bien habitant en Espagne où, au nom d’un dogme religieux, les rois expulsèrent il y a cinq cent ans les juifs et les musulmans. Quand je parle de pèlerinage, je parle de la quête individuelle qui fait que les gens traversent des frontières pour s’unir aux autres et à eux-mêmes.   

Nous nous trouvons encore une fois dans une Europe de grands mouvements de peuples, et ce mélange de nationalités fera aussi des mélanges de langues. Au Moyen Âge le Latin était la langue internationale en Europe, la langue que parlaient les gens cultivés de tous les pays, et la langue exclusive de l’église chrétienne. Les gens communs et analphabètes, la grande majorité de la population, parlaient différentes langues vernaculaires – ce que les Français traditionellement appellent “patois”. Ces langues n’avaient pas de frontières aussi claires que les nations, et les troubadours et jongleurs médiévaux créaient d’une certaine manière leur propre langue poétique mélangeant les mots des différents pays et cultures qu’ils traversaient dans leurs voyages.

Chaque culture produit des mots qui reflètent leur monde, leurs réalités. Dans la plupart des cas, ces mots ont des correspondances dans d’autres langues, mais la traduction d’un mot d’une langue à l’autre risque fort de ne traduire que le sens du mot, tandis que l’expérience culturellemente pertinente – autochtone – que produit le mot, surtout par voie orale, se perd.

Le mot huître, par exemple, se traduit en allemand par Auster, mais ce mot ne produira certainement pas la même émotion chez un Bavarois que le mot huître chez un breton ou un charentais. Pour eux le son du mot traduit tout de suite un goût et une texture. Une expérience sensuelle. Pour faire pleurer un allemand de Heimatsweh (insuffisamment traduit en français par mal du pays) il faut peut-être mieux dire wurst – saucisse. Et sne pour un norvégien du Cap Nord est autre chose que nieve pour un andalou.

La culture française a produit le merveilleux mot “rayonnement» la transmission d’énergie, le charisme spirituelle.  

Le rayonnement de Sainte Foy de Conques en Europe et au-delà n’a pas cessé depuis le Moyen Âge, et dans ce village nous sommes plusieurs habitants qui sommes venus nous installer ici grâce à ce rayonnement. Un éclair en forme de songe – un rêve ou une coincidence miraculeuse nous a mis en marche vers Conques.

“Je suis moi et mes circonstances,” dit le philosophe espagnol José Ortega y Gasset. Sainte Foy et son village ont été des circonstances incontournables dans ma vie.

Quand j’avais dix-sept ans et étudiais dans un internat au Danemark, j’ai rêvé d’une église qui brûlait au-delà des montagnes du sud, et c’était mon devoir d’aller éteindre le feu. Ce rêve me visita à plusieurs reprises au cours des prochains mois suivants, avec très peu de variations. Parfois il faisait beau temps pendant mon voyage et le passage m’était facile, parfois il y avait des tempêtes de neige et je manquais mourir sur le chemin. Mais le thème était toujours le même: l’église était en flammes et je devais aller les éteindre.  

Un jour dix ans plus tard, pendant ma période de stagiaire comme journaliste dans un journal à Copenhague, je me trouvais au lit avec une forte grippe. Je m’amusais à lire les annonces de “real estate” dans le International Herald Tribune car j’étais un pauve étudiant sans le sou, et la description de manoirs en vente dans des lieux lointains et exotiques me faisait rêver et oublier ma vie prosaïque au Danemark. Tout à coup je vis le nom Conques. Une maison avec attenances et un grand jardín se vendait dans un village historique en France.

Normalement une annonce aussi petite n’aurait pas attiré mon attention, mais j’avais beaucoup voyagé en France avec mes parents et je me sentais vexé et frustré par le fait qu’il pouvait y exister un village historique que je ne connaissais pas. Dans l’annonce il y avait un numéro de téléphone – Conques 27, je crois me souvenir. Une dame m’a répondu que la maison était à son fils et elle m’a donné son numéro de téléphone à Paris. Avant de raccrocher, j’ai demandé à la dame qu’elle me fasse une description de Conques et du paysage autour du village. Puisque je n’étais pas dans le marché de l’immobilier, je ne me suis pas intéressé à la maison.

Dans la librairie française à Copenhague j’ai trouvé un livre avec une photo en triptyque de Conques et j’ai eu une impression de déjà vu. J’ai reconnu le village, et cependant j’étais sûr de n’être jamais allé dans cette region de France.

Le seul moyen de savoir était d’y aller. En fait, je devais y aller. J’ai pris le téléphone et j’ai appellé un ami pour lui proposer d’aller voir la maison à Conques avec moi.

        C’est où Conques?, m’a-t-il demandé.

        A deux mille kilomètres. Dans le sud-ouest de la France!

        Et qu’est ce que tu vas y faire? Acheter une maison?

        Bien sûr. Avec mes finances! Non, j’ai simplement besoin d’y aller.

        Et quand partons-nous?

        Dans deux heures. Ça te va?

Nous avons roulé toute la nuit, et le lendemain dans la soirée nous sommes arrivés à Paris. Le propriétaire, un jeune homme très élégant, nous reçut.

     Puisque vous êtes venus de Copenhague en voiture il est clair que vous allez continuer jusqu’à Conques. Il n’est donc pas necessaire que je vous fasse une description. Conques est un village très en pente et plusieurs ruelles sont plutôt des escaliers. Le mieux serait que vous alliez voir monsieur Bousquet. Tout le monde le connaît. C’est lui qui a la clé de la maison et qui vous la faira visiter.” 

Il était tôt dimanche matin quand nous vîmes apparaître l’église de Sainte Foy en haut de la rue qui monte la côte vers Conques.

Je ressentis à nouveau le déjà vu que j’avais éprouvé en voyant la photo de Conques dans la librairie française à Copenhague.

        Je vais garer la voiture ici, je dis à mon ami, et nous allons monter directement à la maison. J’ai hâte de la voir.

   Mais d’abord il faut aller chercher monsieur Bousquet – non? Sinon comment allons-nous trouver la maison?

     Je sais où se trouve la maison. Nous irons chercher monsieur Bousquet après. Je veux d’abord voir la maison de l’extérieur.”

Nous avons monté quelques “rues en escaliers” et tout à coup nous nous sommes trouvés devant une grande maison. Sur la porte il y avait un papier jauni annoncant “A vendre”.

Mon ami me regarda d’un air incrédule.

        Je sais que cela va te paraître bizarre, lui dis-je, mais je connais cette maison. Je peux te décrire chaque étage.

Et je lui fis une description de l’intérieur de la maison, du bas en haut.

Puis nous sommes allés à la recherche de Monsieur Bousquet. Lorsqu’il nous fit visiter la maison, nous fûmes étonnés de constater à quel point ma description avait été précise.

Nous passâmes la nuit suivante dans la maison. C’était comme si je dormais dans la maison de mon enfance. Le rêve me revint au cours de la nuit, exactement comme je l’avais rêvé dix ans auparavant.

De retour au Danemark, je savais qu’il me fallait vivre dans cette maison. Même sans en avoir les moyens, j’entamai les négociations d’achat, en espérant que quelque chose arrive pour me permettre de réaliser mon rêve.

Trois ans après, comme si Sainte Foy m’avait souri, un petit miracle s’est produit dans ma vie, et j’ai pu faire un versement initial sur la maison.


(Le poème “Conques – la quête” de DELTA, le prochain livre-disque de Peter Wessel Polyfonías Poetry Project prevu pour automne 2013.)

 

Mi sueño

Introducción a mi recital en Conques en agosto del 2010 a la ocasión del festival anual de música “La Lumière du Roman” .

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             Hoy os voy a hablar en varias lenguas e –inevitablemente–  sobre las lenguas. Os hablaré con las palabras de las diferentes culturas que forman parte de mí y espero que, a través de las palabras y la música, pueda llegar a tocar en cada uno de vosotros aquello que hace que todos nosotros nos parezcamos: los sentimientos humanos.

            Los animales, los árboles, las flores y las piedras parecen reposar en sí mismos, no necesitan preguntarse lo que son, por qué son, ni por qué están aquí. En cambio, los seres humanos estamos condenados a traducir nuestra experiencia y nuestros pensamientos en palabras. Estamos hechos de palabras. Dependiendo de cómo las utilicemos, podemos crearnos amigos y enemigos, hacer la guerra o la paz. Lo maravilloso es que si empleamos un lenguaje del amor, de la comprensión y de la misericordia podemos construir una comunidad humana.

            Durante dos años, Mark, Salvador y yo hemos interpretado las Polyfonías en ocho países europeos distintos y creo que nos hemos hecho comprender en todas partes. Sin embargo, estoy convencido de que de entre todos estos lugares, Conques es donde vamos a encontrar mayor resonancia y armonía con nuestro entorno, porque los caminos de peregrinación han sido siempre un desafío para las fronteras nacionales y lingüísticas. No me refiero, evidentemente, a las Cruzadas, que son todo lo contrario, como bien sé por vivir en España, donde, en nombre de dogmas religiosos, los reyes católicos expulsaron hace más de quinientos años a judíos y musulmanes. Cuando hablo de peregrinación hablo de la búsqueda individual que lleva a las personas a cruzar las fronteras para unirse con los demás y encontrarse consigo mismos.

            Estamos, de nuevo, en una Europa de grandes movimientos de pueblos y de mezcla de nacionalidades, como también de mezclas de idiomas. En la Edad Media, el latín fue la lengua internacional en Europa, la lengua hablada por la gente culta de todos los países, y la lengua exclusiva de la iglesia cristiana. La gente común, analfabetos en su gran mayoría, hablaba diferentes lenguas vernáculas -hoy día peyorativamente y de forma genérica denominadas patois-. Estas lenguas no tenían fronteras tan claras como las naciones, y los juglares y trovadores medievales crearon así su propia lengua poética al combinar palabras de las distintas culturas y los países que atravesaban en sus viajes.

            Cada cultura produce palabras que reflejan su realidad. En la gran mayoría de casos, estas palabras tienen equivalentes en otros idiomas, pero la traducción de una palabra de un idioma a otro corre el riesgo de traducir únicamente el sentido de la palabra, mientras que la experiencia culturalmente relevante – la autóctona- que crea la palabra, sobre todo oralmente, se acaba perdiendo. La palabra “huître”, por ejemplo, se traduce al alemán por “Auster”, pero esa palabra no produce, ciertamente, la misma emoción en un bávaro que la palabra “huître” en un bretón. Para éstos el sonido de la palabra traduce de inmediato el sabor y la textura. Se trata de una experiencia sensual. Para producir la misma nostalgia del país en un alemán (los alemanes tienen para este sentimiento la maravillosa palabra “Heimatsweh”, mientras que los franceses tenemos que contentarnos con la expresión más pobre “mal du pays”[1]) habría que recurrir a una palabra como Wurst – salchicha. Y “sne” para un noruego del Cabo Norte es otra cosa que la “nieve” para un andaluz.

            La cultura francesa ha creado la maravillosa palabra rayonnement –la transmisión de energía, el carisma espiritual. El rayonnement de Sainte Foy de Conques en Europa y más allá no ha cesado desde la Edad Media, y somos muchas las personas que hemos venido a establecernos aquí, en Conques, gracias a ese rayonnement. Un relámpago (resplandor) en forma de sueño o una coincidencia milagrosa nos puso en camino hacia Conques. “Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo el filósofo español José Ortega y Gasset. Sainte Foy y su pueblo han sido circunstancias inevitables en mi vida.

 

            Cuando tenía diecisiete años y estudiaba en un internado en Dinamarca, soñaba con una iglesia en llamas al otro lado de las montañas del sur, y en el sueño era mi deber cruzar las montañas y extinguir el fuego. Este sueño me volvió a visitar varias veces durante los siguientes meses con muy pocas variaciones. En ocasiones, hacía buen tiempo y el viaje resultaba fácil, en otras ocasiones había tempestades de nieve y me encontraba a punto de morir por el camino. Aunque el tema del sueño no variaba: había una iglesia que se estaba quemando al otro lado de las montañas y yo tenía que ir a extinguir el fuego.

            Un día, diez años más tarde, durante mis prácticas como periodista en un periódico en Copenhague, me encontré en cama aquejado de una fuerte gripe. Me divertía leyendo los anuncios de “bienes inmuebles” en el International Herald Tribune, ya que yo era un pobre estudiante sin un céntimo, y la descripción de las mansiones en venta en lugares lejanos y exóticos me hacía soñar y olvidar mi prosaica vida en Dinamarca. De pronto, leí el nombre de Conques. Una casa medieval equipada y con un gran jardín se vendía en una villa histórica en Francia.           

            Normalmente, un anuncio tan pequeño no habría atraído mi atención, pero yo había viajado mucho por Francia con mis padres y me sentí molesto y frustrado por el hecho de que pudiera existir un pueblo histórico que yo no conociera. En el anuncio había un número de teléfono – Conques 27, creo recordar – . Una señora me respondió que la casa era de su hijo y me dio su número de teléfono en París.  Antes de colgar le pedí que me hiciera una descripción de Conques y del paisaje alrededor de la aldea. Como no tenía intención de comprar, no estaba tan interesado en la casa.

            En una librería francesa de Copenhague, encontré un libro con una fotografía en tríptico de Conques y me sobrevino un déjà vu. Reconocía el pueblo, y, sin embargo, estaba seguro de que nunca pasé por esta región de Francia. La única manera de saberlo era ir hasta allí. De hecho, tuve que ir. Tomé el teléfono y llamé a un amigo para proponerle ir conmigo a ver la casa en Conques.

– ¿Dónde está Conques? –me preguntó.

– ¡A dos mil kilómetros. En el sur-oeste de Francia!

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Comprar una casa?

– Sí, seguro. ¡Con mis finanzas! No, sólo debo ir.

– ¿Y cuándo partimos?

– En dos horas. ¿De acuerdo?

 

            Viajamos toda la noche y llegamos a París el día siguiente por la tarde. El propietario, un hombre joven, muy elegante, nos recibió.

– Ya que habéis venido conduciendo desde Copenhague, no me cabe la menor duda de que vais a continuar hasta Conques. No hace falta, pues, que os dé una descripción de la casa. El pueblo de Conques es muy empinado y la mayoría de las calles son más bien escaleras. Lo mejor será que preguntéis por el señor Bousquet. Todo el mundo le conoce. Él tiene la llave de la casa y os llevará a visitarla.

 

            Era domingo por la mañana cuando vimos aparecer la iglesia de Sainte Foy a final de la carretera que sube a Conques. Volví a sentir el déjà vu que ya había experimentado viendo la fotografía de Conques en la librería francesa de Copenhague.

– Voy a aparcar el coche aquí, le digo a mi amigo. Vamos directamente a la casa. No puedo esperar para verla.

– Pero primero hay que ir a buscar el señor Bousquet – ¿no? De lo contrario ¿cómo vamos a encontrar la casa?

– Yo sé dónde está la casa. Ya iremos a buscar al señor Bousquet después. Antes quiero verla desde el exterior.

         Subimos aquellas “calles en escalera” y, de pronto, nos encontramos frente a una gran casa. Sobre la puerta había un amarillento papel que anunciaba: “Se vende”. Mi amigo me miró incrédulo.

– Sé que me tomarás por un chiflado, le dije, pero conozco la casa. Puedo describirte cada piso.Y le di una descripción del interior de la casa, de arriba a abajo. Luego nos fuimos en busca del señor Bousquet. Cuando nos llevó a visitar la casa, nos quedamos atónitos al ver que mi descripción era exacta.

            Pasamos la noche en la casa. Era como si estuviera durmiendo en el hogar de mi infancia. El sueño volvió a mí en el curso de la noche, exactamente como lo había soñado diez años antes.

            De vuelta a Dinamarca, sabía que tenía que vivir en esta casa. Incluso sin contar con los medios, comencé las negociaciones de compra, con la esperanza de que sucediese algo que me permitiera realizar mi sueño.

            Tres años más tarde, como si Sainte Foy me sonriera, ocurrió en mi vida un pequeño milagro que me brindó la oportunidad de hacer un pago inicial.

[1] N.T: en castellano tampoco existe palabra para este sentimiento y tomamos prestada la “morriña” gallega.

Traducción del francés por Héctor Martínez Sanz.

(La polyfonía «Conques – la quête» de DELTA, el próximo libro-disco de Peter Wessel Polyfonías Poetry Project previsto para publicación en otoño 2013.)

My Dream

My opening words before the Polyfonías Poetry Project recital at the 2010 “Lumière du Roman” Music Festival in Conques.

Today I will speak to you in several languages and thus implicitly also about languages. I will speak to you with the words of the different cultures that are part of me, and it is my hope that through these words and the music I will be able to touch that element in you that makes us all alike: the human emotions. 

Animals, trees, flowers, stones all seem to rest in themselves. They don’t need to ask themselves what they are, why they are and what they are here for. We human beings, on the contrary, are condemned to translate our experiences and thoughts into words. We are made of words. All depending on how we use the words we can make friends or enemies, war and peace. What is so marvellous is that if we use the language of love, comprehension and mercy we can construct a human community.

For the last two years Mark, Salvador and I have performed the Polyfonías in eight European countries and I believe that my poetry has been understood and appreciated everywhere. Nevertheless, I am convinced that of all these places Conques is where we will obtain the fullest resonance and harmony with our surroundings. The pilgrims’ roads have always defied national and linguistic borders. Obviously I am not referring to the spirit of the Crusades, which is just the contrary as I well know, having lived in Spain for the last thirty years. Spain, the country of the Reconquista, from which the Catholic Royalty in the name of religious dogmas expelled Arabs and Jews more than five hundred years ago. No, when I mention pilgrimage I am speaking about the personal quest which make people cross borders to commune with others and with themselves.

Once again we find ourselves in a Europe of great migrations and intermingling of peoples, as well as with a renewed mixture of languages. During the Middle Ages Latin was the international language among the learned classes of Europe, and – needless to say – the one and only language of the Christian Church. The ordinary people – most of them illiterate – spoke different vernacular languages, in France pejoratively called patois. These languages were orally transmitted and did not stay within clearly defined geographical borders as the nations were supposed to, but strayed widely with pilgrims, jugglers, troubadours and other traveling folk. The journey was slow and on their way through foreign regions the medieval poets kept adding new colors to their palette as they adopted bits and pieces from the local patois creating thus their own particular poetic tongue from the different cultures they had come to know.  

            Words are reflections of a culture. In most cases words from the language of one culture have equivalents in the languages of other cultures, but translating a word from one language to another in many cases only means translating the meaning of the word – what it stands for – but not the culturally relevant experience that created the word in the first place.  Words begin as sounds: a baby doesn’t know what “mama” means, but they certainly recognize the warmth and liquid comfort that making this sound produces.  Now this is an experience which happily is not culturally specific, although the word “mama” is spelt somewhat differently in every language. When an Indian mother hears an American child scream for comfort, she knows what it means.

            Other words, however, are autochtonous to specific climatic and geographical areas  and their languages. They will typically refer to plants, animals, natural phenomena and local traditions and rituals (fundamentally to do with cooking and and music-making)  that do not exist elsewhere. These words, essential to survival, were heard before  they were ever spelled and, like folk music, they defy notation. 

            Translations into languages of areas where the  conditions that produced them do not exist will typically be literal translations, not aural ones. They are not sonic –  musical – reproductions of what they stand for;  they are not naturally born and will therefore be abstract and appeal more to the intellect than to the senses.

            Take a word like “huître” for example, which is how the French say oyster. This primitive seafood translates into German as “Auster,” but Germany has hardly any coastline at all, and I am sure that for a Bavarian who has never seen the ocean this word does not produce the same emotion as it does for a Breton or for somebody from the Saintonge where the famous Marennes oysters come from. For people from these coastal regions facing the Atlantic ocean the word  huître is a sensual word with a soft fleshy texture and the tang and fury of the sea.

            To produce the same nostalgia for home in a Bavarian (the sound of  the German word heimatsweh is, by the way, far more evocative of this mood than the English homesickness, and Castilian Spanish doesn’t even have a word for it), to produce this Heimatsweh in a Bavarian, I say, Wurst  – sausage – would probably have a better effect.

            The French culture has created the wonderful word rayonnement which is the transmission of energy and, by inference, spiritual charisma. The rayonnement of Sainte Foy de Conques in Europe and beyond has not ceased since the Middle Ages, and several of us have established ourselves here due to this rayonnement. A bolt of lightning – a radiance – in the form of a dream or a miraculous coincidence set us on the road to Conques. “I am I and my circumstances,” said the Spanish philosopher José Ortega y Gasset. Sainte Foy and her village have been decisive circumstances in my life.

            When I was seventeen and attended boarding school in Denmark, I had a dream about a church that was on fire on the other side of the mountains down south and it was my task to go and put out the fire. This was a recurrent dream that visited me regularly for several months, and there were very few variations in the dream. Sometimes the weather was good and the traveling was easy, sometimes there were snowstorms and I was lucky to survive. But the plot was always the same: a church was burning on the other side of the mountains in the south and it was my mission to go and extinguish that fire.  

            One day ten years later while I was doing my apprenticeship as a journalist at a newspaper in Copenhagen, I was in bed with a terrible flu. A favorite passtime of mine was reading the classified announcements for real estate in the International Herald Tribune. Since I was broke and just as debt-ridden as any Danish student about to finish his or her studies, I was doing “window shopping” in the paper imagining that I was being shown around on some big estate in the Aegean Sea or on the French Riviera. All of a sudden my eyes froze on the name Conques. A medieval furnished house was for sale…historical site…France…old garden…trees…  

            I wouldn’t normally have paid any attention to a minuscule ad like this, but I had traveled a lot in France with my parents, and I was bothered and intrigued by the fact that there was a French historical town that I didn’t know about (I still had a lot to learn!). In the advertisement there was a telephone number – Conques 27 I think it was. The voice of an elderly lady answered the phone. She said that the house belonged to her son, and gave me his home telephone number in Paris. Before I hung up I asked her to give me a description of Conques and the landscape around the village. It may have surprised her that I didn’t inquire about the house, but I was not in the market, and to begin with it was Conques that I was curious about.

            My impatience made me forget about the flu and off I went to the French bookshop to see if I could find a book with a picture of Conques. The old lady had told me that it was in the center of France, so I began browsing the huge coffee table books on the Auvergne and the south-west of France. Before long I found the picture I was looking for: a triptych of an imposing romanesque church rising up from a maze of tiled roofs surrounded by green tree-clad mountains.

            It was like a déjà-vu: I knew that place, I had been there before! But no, it couldn’t be. I had never visited the Auvergne with my parents. That much I was sure of.

            It was an enigma and the only way to find out was by going there. In fact I had to go! I picked up the phone and dialed the number of my best friend to ask him to go with me.

– Where is Conques?, he wanted to know.

– Two thousand kilometers from here. In the south-west of France.

– And what are you going to do there? Buy a house?

– Sure, with my finances! No, I simply have to go.

– And when are we leaving?

– In two hours. Okay?

            We drove all night and arrived in Paris in the afternoon the next day. The owner of the house, an elegant young man received us.

– Since you have been driving all the way from Copenhagen you will surely continue to Conques, so there is really no reason for me to tell you about the house. Conques clings to the mountainside and is very steep, so many of the streets are really stairs. The best way to find the house is to ask for Monsieur Bousquet. Everybody knows him. He has the key and he will show you the house.

            It was early Sunday morning when we saw the Church of Sainte Foy appear at the end of the road that leads up the hill to Conques. The feeling of a déjà vu that I had experienced when I saw the picture of Conques in the French bookshop in Copenhagen returned.

– I’ll park the car here, I said to my friend. Let’s go straight up to the house. I can’t wait to see it!

–  But first we have to find Monsieur Bousquet, don’t we? If not, how are we going to find the house? 

–  Don’t worry. I know where the house is! We’ll find Monsieur Bousquet afterwards. But first of all I want to see the house from outside.

            We climbed several streets which were really stairs, and all of a sudden – right there in front of us – was a house with a faded yellow “for sale” note stuck to the door. My friend looked at me as if he didn’t believe his eyes and needed me to assure him.

– I know you will think that I’m ready for the cuckoo’s nest, I said, but I know this house. I can give you a description of the inside of the house from top to bottom! I did, and afterwards we went to look for Monsieur Bousquet. When he showed us the house, my description proved to be rather exact.

            I asked Monsieur Bousquet if he thought we could stay in the house for the night and he didn’t think it would make any difference. After all, we had already spoken with the owner.

            I cuddled up on a chaiselongue. An eerie feeling of having come home at long last invaded me, and that night the dream of the burning church from ten years before reappeared.

            When I returned to Denmark I knew that I had to live in that house and even without any means I began negotiating with the owner in Paris in the hope that something would happen that would help my dream come true.

            Three years later – as though Sainte Foy had wanted to smile at me – a small miracle happened in my life that enabled me to make a down payment.

(The poem “Conques – la quête” from DELTA, my forthcoming book-record with Polyfonías Poetry Project.)

Min drøm

Mine indledende ord inden min digtoplæsning med Polyfonías Poetry Project på musikfestivalen “Lumière du Roman” i Conques, august 2010.

            Jeg vil i dag tale til jer på forskellige sprog, og derfor også om forskellige sprog. Jeg vil tale til jer med ord fra de forskellige kulturer som er blevet en del af mig, og det er mit håb, at jeg ved hjælp af de ord – samt musikken – vil være i stand til at nå frem til det element i jer, som gør, at vi alle har noget til fælles: de menneskelige følelser.

            Dyr, træer, blomster, sten og andre skabninger, som vi lader blikket falde på, hviler i sig selv. De har ikke behov for at stille spørgsmål om hvad de er, hvorfor de er til, og hvad de er her for. Vi mennesker er derimod  tvunget til – ja, jeg vil næsten sige dømte til – at oversætte vores oplevelser og tanker til ord. Vi er lavet af ord. Afhængigt af hvordan vi bruger ordene, kan vi skabe venner eller fjender, krig eller fred. Det vidunderlige er, at vi kan opbygge et menneskeligt samfund ved hjælp af poesien kærlighedens, forståelsens og barmhjertighedens sprog. Sproget uden grænser.

            Mark, Salvador og jeg har i de sidste fem år fremført Polyfonías i otte europæiske lande, og jeg er overbevist om, at mine digte er blevet forstået og påskønnet overalt. Ikke desto mindre er jeg sikker på, at Conques er det sted, hvor vi vil opnå den fuldeste harmoni og den rigeste resonans med vores omgivelser.  Pilgrimsveje har altid trodset nationale og sproglige grænser. Det er naturligvis ikke korstogsånden, at jeg har i tankerne. Den stod snarere for det stik modsatte, hvilket jeg ved en del om efter at have boet i Spanien i over tredive år. Spanien hvis kongehuse i kristendommens navn “generobrede” den Iberiske Halvø og jagede arabere og jøder ud for over fem hundrede år siden. Nej, når jeg nævner pilgrimsveje, tænker jeg på den – bogstaveligt talt – grænseløse søgen  som det selvstændige individ må foretage for at finde sig selv og åbne sig overfor fremmede.

            Vi befinder os igen i et folkevandringernes Europa med en omsiggribende blanding af racer, etniske grupper og sprog. I Middelalderen var latin det internationale sprog blandt Europas lærde og Kirkens folk.  Den jævne befolkning, som i de fleste tilfælde hverken kunne læse eller skrive, talte lokale sprog – de såkaldte “vernakulære sprog” – i dag lidt nedsættende omtalt som patois i Frankrig, på trods af at fransk på det tidspunkt også var et vernakulært sprog. Disse sprog var mundtligt overleverede sprog og holdt sig ikke indenfor klart definerede geografiske grænser, i modsætning til hvad nationerne var forventet at gøre, men strejfede ofte vidt omkring sammen med pilgrimme, troubadourer, gøglere, og andre af vejens folk.  Det gik ikke hurtigt fremad, og undervejs igennem ukendte egne tilføjede middelaldrens digtere nye farver til deres sproglige paletter, efterhånden som de lærte nye ord og vendinger fra den lokale patois. På den måde skabte de hver især deres eget digteriske sprog fra de forskellige kulturer, som de havde lært at kende.    

            Ord er en kulturs spejlbillede. Det er i de fleste tilfælde muligt, imellem forskellige kulturers sprog, at finde ord som svarer mere eller mindre til hinanden . Ikke desto mindre risikerer man ofte kun at oversætte ordets “prosaiske”, eller praktiske, mening  – hvad ordet står for – men man får ikke den kulturelt relevante oplevelse med, som skabte ordet fra begyndelsen. Ord begynder som lyde: et spædbarn ved ikke hvad “moa” betyder, men det genkender helt klart varmen og følelsen af flydende velvære, som lyden inden længe fremkalder. Heldigvis er dette en oplevelse, som ikke er kulturelt specifik, selvom ordet “mor” ikke staves helt ligedan på forskellige sprog. Når en indisk mor hører et amerikansk barn skrige efter mælk, ved hun straks, hvad det betyder. Hun har ikke brug for en ordbog.

            Andre ord er derimod “indfødte”, dvs. deres “mening” er så stærkt afhængig af omstændigheder som kun findes indenfor et snævert, ofte klimatisk eller geografisk begrænset område, at deres “sjældenhed” må siges at gøre dem uoversættelige. De har typisk noget at gøre med planter, dyr, naturfænomener, lokale traditioner, trosspørgsmål og ritualer, og deres brug har ofte forbindelse med madlavning og fremstilling af musik. Sådanne “infødte” ord kan betinge overlevelse og blev hørt inden de blev stavet. Det kan ikke undre at de – ligesom folkemusik – modsætter  sig nedskrivning.

            Forsøger man at oversætte dem til sprog fra egne, hvor forholdene som skabte dem ikke eksisterer, og hvor de derfor ikke minder om noget, bliver resultatet i reglen en bogstavelig oversættelse, ikke en poetisk eller musikalsk – lydmæssigt relevant – oversættelse. De har ikke noget naturligt forhold til hvad de står for. De er abstrakte og appellerer i højere grad til intellektet end til sanserne.     

            Tag for f.eks. ordet huître som er det franske ord for østers. Denne primitive fødevare fra havet bliver på tysk oversat til Auster, men da Tyskland ikke har megen kystlinie, er jeg sikker på at dette ord ikke fremkalder den samme nostalgi hos en beboer i Bayern, som den gør hos en breton eller hos en person fra Saintonge, hvor de berømte Marennes østers kommer fra. For mennesker fra disse kystområder ud til Atlanterhavet er huître et sensuelt ord – blødt og saftigt og samtidig med havets ramme, salte smag – som let vækker minder.

            Vil man give en bayrer hjemve, vil ord som Fleischknödel (kødboller) eller Weisswurst sikkert have større succes. A propos hjemve er det tankevækkende, at tyskerne har et så stærkt og smukt ord som Heimatsweh, mens franskmændene må klare sig med en lidt klodset omskrivning som mal du pays, og spanierne har slet ikke noget ord for hjemve (bortset fra galicierne, som låner deres morriño til resten af Spanien)!

            Den franske kultur har skabt det vidunderlige ord rayonnement, som betyder udstråling af energi og derfor også benyttes, når der tales om åndelig karisma. Sankt Foys rayonnement er ikke mindsket meget i Europa og hinsides siden Middelalderen, og vi er flere som er blevet tiltrukket til den lille helgenindes landsby og som har slået os ned her takket være hendes udstråling. Et lynglimt i form af en drøm eller et mirakuløst sammenfald sendte os afsted mod Conques. Jeg er mig selv og mine omstændigheder,” sagde den spanske filosof José Ortega y Gasset. Sankt Foy Sainte Foy – har været en afgørende omstændighed i mit liv.

            Da jeg var sytten år gammel og var på kostskole i København, havde jeg en tilbagevendende drøm om om en kirke som stod i flammer på den anden side af bjergene mod syd. Jeg havde til opgave at rejse ned til kirken for at slukke ilden. Drømmen kom tilbage med et par ugers mellemrum og stod på i cirka et halvt år uden store variationer. Det var ofte sommer med fint vejr under min rejse, men ind imellem var det vinter, og jeg kom ud for stærk kulde og snestorme og var nær ved at miste livet. Men ud over vejret var historien altid den samme: En kirke stod i brand på den anden side af bjergene mod syd, og jeg var blevet pålagt at rejse ned og slukke ilden.

            En dag ti år senere, mens jeg var journalistpraktikant på Politiken, lå jeg i sengen med en grim influenza. Det var ikke meget jeg kunne rejse for min sølle praktikantløn, så jeg morede mig med at kigge på husannoncerne i International Herald Tribune, og forestillede mig at jeg blev vist rundt på elegante estates i Ægæerhavet eller på den franske riviera. Pludselig frøs mine øjne fast på navnet Conques. Et møbleret hus fra middelalderen var til salg i en historisk landsby…Frankrig…gammel have…frugttræer…brønd.

            Jeg plejede ikke at interessere mig for små annoncer, men som barn havde jeg rejst meget i Frankrig med mine forældre, og det krænkede min stolthed, at der kunne eksistere en historisk by i Frankrig, som jeg ikke havde hørt om (blame it on my youth jeg havde faktisk stadig meget at lære!).

            Der var et telefonnummer i annoncen – Conques nummer 27, tror jeg det var.  Jeg hørte en ældre kvindes stemme i den anden ende af røret. Hun sagde at huset tilhørte hendes søn og gav mig hans telefonnummer i Paris. Inden jeg lagde på, bad jeg hende beskrive landskabet omkring Conques. Det undrede hende sikkert, at jeg ikke spurgte mere til huset, men jeg var ikke køber, og i begyndelsen var det først og fremmest Conques som interesserede mig.

            Min utålmodighed fik mig til at glemme alt om min influenza, og inden længe befandt  jeg mig i den franske boghandel på jagt efter en bog med et billede af Conques. Den ældre dame i telefonen havde forklaret mig, at byen befandt sig i den central-sydvestlige del af Frankrig, så jeg begyndte at bladre i de store bøger helliget Auvergne og Midi-Pyrenées. Det varede ikke længe inden jeg fandt, hvad jeg ledte efter: i en af bøgerne åbnede der sig et trefløjet billede taget ovenfra ned imod en fold i de skovklædte grønne bjerge hvor en streng, romansk kirke på størrelse med en mindre katedral rejser sig som en fåmælt hyrde imellem en klynge af stejle, grågyldne skifertagrygge.

            Det var som et déjà vu. Jeg kendte det sted, jeg havde været der før. Men hvornår? Jeg havde aldrig været i den egn af Frankrig med mine forældre og heller ikke alene; det var jeg overbevist om.

            Den eneste måde at løse gåden på var at tage derned. Jeg måtte derned! Jeg greb telefonen og ringede til min bedste ven for at høre om han kunne tage med.

– Hvor er Conques? spurgte han.

– To tusind kilometer herfra. I Sydvestfrankrig.

– Og hvad skal du der? Købe et hus?

– Selvfølgelig. Noget skal jeg jo investere min gæld i! Næ, jeg er bare nødt til at tage derned.

– Og hvornår skal vi afsted?

– Om to timer. Okay?

            Vi kørte det meste af natten og kom frem til Paris om eftermiddagen næste dag. Husets ejer – en elegant, yngre mand – tog imod os.

– Siden De er kommet kørende hele vejen fra København, er jeg ikke i tvivl om at De vil fortsætte til Conques under alle omstændigheder. Der er derfor ingen grund til, at jeg forklarer Dem nærmere om mit hus. Conques er bygget op ad en bjergside og er meget stejl. Faktisk er flere af gaderne snarere trappegyder. Den letteste måde at finde huset på er at spørge efter Monsieur Bousquet. Ham kender alle. Han har nøglen og kan vise Dem rundt.

            Det var søndag morgen, da vi så Sainte Foy kirken dukke op for enden af vejen som leder fra Dourdou floden op til byen. Følelsen af et  déjà vu, som jeg havde haft, da jeg så billedet af Conques i den franske boghandel i Conques, vendte tilbage.

– Jeg parkerer her, sagde jeg til min ven. Lad os gå lige op til huset. Jeg kan ikke vente med at se det!

 – Jamen skulle vi ikke først spørge efter Monsieur Bousquet? Hvordan skal vi ellers finde huset?

– Det er ikke noget problem. Jeg ved udmærket, hvor huset er! Vi kan spørge efter Monsieur Bousquet bagefter. Men jeg vil først se huset udefra.

            Vi vandrede i zigzag op ad flere af gaderne, som snarere var trappegyder, og med ét stod vi lige foran et hus med en falmet “Til salg” skilt klistret på døren. Min ven stirrede på mig, som om han ikke kunne tro sine egne øjne og havde brug for mig til at overbevise ham om, at det ikke var nogen drøm.

– Jeg er godt klar over, at du vil tro at har knald i låget, sagde jeg, men jeg kender huset. Jeg kan give dig en beskrivelse af det fra kælder til kvist!  Hvilket jeg gjorde, og bagefter gik vi ned og fik fat i Monsieur Bousquet. Vi lærte ikke meget nyt under hans rundvisning, fordi det viste sig, at min beskrivelse havde være temmelig nøjagtig.

            Jeg spurgte Monsieur Bousquet om han havde noget imod at vi tilbragte en nat i huset. Det mente han ikke, at der kunne være noget i vejen for. Vi havde jo allerede snakket med ejeren i Paris.

            Den nat rullede jeg mig sammen på en chaiselongue i det store værelse ovenpå. En mærkelig følelse af endelig at være kommet hjem kom over mig, og den nat drømte jeg igen drømmen om den brændende kirke, som havde hjemsøgt mig ti år tidligere.

            Da jeg kom tilbage til Danmark vidste jeg, at jeg var nødt til at bo i huset i Conques, og selv om jeg ikke havde en øre, begyndte jeg at forhandle med ejeren i håb om, at noget ville ske, som ville få min drøm til at gå i opfyldelse.

            Sainte Foy betyder “Sankt Tro” (på spansk Santa Fe), og den lille helgeninde som led martydøden i 303, da hun kun var tretten år gammel, skulle, efter navnet på hendes mirakler at dømme –  de blev kaldt les jeux et badinages de Sainte Foy – have været en pige fuld af spillopper. Det vil jeg gerne tro, for tre år efter mit besøg i Conques skete der et lille mirakel i mit liv, som gjorde det muligt for mig at gøre en udbetaling på huset.


(Digtet Conques – la quête” fra Delta, min nye bog-plade med Polyfonías Poetry Projekt, som – hvis Sainte Foy sender os et smil – vil blive udgivet i efteråret 2013.)